Rodrigo

Rodrigo
Tan pequeño y tantas emociones

Bienvenido, Rodrigo

La idea de plasmar por escrito todo lo que me pasaba por la cabeza la tengo desde el mismo instante en que vi asomar la cabeza de Rodrigo. Pero como todos los que ya habéis pasado por esto sabréis, lo que menos se tiene cuando se es padre es tiempo. Ahora, 4 meses y medio después, por fin, me dispongo a documentar mi experiencia...
Con ello no quiero dar lecciones a nadie, ni siquiera consejos, ¡estaría bueno!. Únicamente pretendo compartir mi experiencia de la forma más amena posible con vosotros y, particularmente, con Rodrigo.

sábado, 23 de enero de 2010

La hora de dormir

En el momento de escribir estas líneas, Rodrigo sólo tiene 6 meses (le falta una semana todavía para llegar al ecuador de su primer año de vida), por lo que todavía es muy pronto para sacar conclusiones. Además, ésta ha sido una de las peores noches que se le recuerdan, ya que le cuesta un poco respirar por los mocos y se ha despertado varias veces esta noche bastante sobresaltado.
A pesar de todo, Rodrigo es un niño que duerme estupendamente. ¿En comparación con quién?, pensarás. Obviamente, en comparación con la idea que nos habíamos hecho que serían las noches de bebé, pues no tenemos más hijos y la gente a la que le preguntas no suele ser excesivamente sincera a la hora de narrar las características menos virtuosas de sus hijos (lo que se entiende, por otro lado).
Para ir centrándonos, diré que la historia de la somnolencia de Rodrigo es como sigue:
- Llegó a casa con 2 ó 3 días y despertándose escandalosamente cada 2 horas. Además, costaba un poco hacerle dormir, por lo que durante la primera semana, y teniendo en cuenta que tomaba el pecho siempre en su habitación, decidimos que durmiese sólo en su habitación, en la típica minicuna. Estoy seguro de que esta decisión no afectó en absoluto a su sueño, pero es evidente que al nuestro sí, pues a pesar de contar con un intercomunicador para escuchar si el niño se despertaba (aunque estando en la habitación de al lado y con las puertas abiertas, ¿quién no se entera?) no teníamos tanto reparo a la hora de hacer algún ruido durante nuestro período de descanso.
- Las primeras semanas fueron terribles: le costaba muchísimo dormir y se despertaba casi inmediatamente después de haberlo conseguido, por lo que recurríamos a acunarle o dormirle en brazos si era necesario.

- A partir del primer mes Rodrigo empezó a diferenciar el día de la noche: aunque comía tan a menudo como de día, cada dos horas y media o tres, quedaba automáticamente dormido después de cada toma. Su principal problema era coger sueño al principio de la noche (le acostábamos entre las 20:30 y las 21:00) y que se despertaba, generalmente, alrededor de las 6:00 o 6:30. Este segundo inconveniente lo subsanamos en un principio sacándole de la minicuna y acostándole boca abajo sobre mi pecho, bien en la cama o bien en el sofá. Para el primero, optamos por la educación.
- Las siguientes semanas tomamos la determinación de no dormir al niño en brazos ni acunándole, sino dejando que se durmiese sólo. Obviamente, no optamos por los famosos métodos que incitan a dejar llorar al niño, no porque estemos en contra de ellos, sino porque el niño era muy pequeño aún. Así pues, cada vez que el niño se alteraba una vez acostado, nos acercábamos a la cuna, le decíamos algo, le arropábamos o le poníamos el chupete, objeto por el que tampoco siente adoración. Esta labor nos llevó un tiempo, no sé cuánto, pues poco a poco empezó demandarnos menos hasta hoy.
- Un día tomamos la decisión de facilitarle las condiciones de sueño todo lo que pudiésemos, así que, cada día, independientemente de si estamos en casa, pasando unos días en casa de los abuelos o un fin de semana de viaje bañamos a Rodrigo a las 20:30, le damos de cenar aproximadamente a las 21:00, le acostamos totalmente despierto a las 21:15, le apagamos las luces, programamos 10 minutos de música clásica o sonidos de la naturaleza a muy bajo volumen y le cerramos la puerta de la habitación hasta que nosotros nos vamos a dormir, momento en el que le abrimos la puerta de nuevo. Por si surge un imprevisto, nos llevamos el intercomunicador al lugar de la viviendo donde nos encontremos, pero lo cierto es que Rodrigo, día tras día, se queda dormido sin el más mínimo problema.


Hasta aquí, lo objetivamente cierto. Pero como matiz quisiera dejar mi impresión personal: es muy importante seguir todos los días la misma rutina si queremos que el bebé sepa lo que viene a continuación. Así, aunque quedemos con amigos para tomar algo por la tarde, hemos de ser responsables para cumplir con la rutina (o dejar al niño con alguien para que así lo haga); si la cena de nochevieja se celebra en casa ajena, hacer todo lo posible para que el bebé siga con su rutina.


Muchos pensarán que no se debe ser tan estricto, pero mientras nos funcione, nosotros seguiremos así.

domingo, 17 de enero de 2010

La guardería



Sé de antemano que muchos de los que lean este post (si es que finalmente alguien se decide a seguir el blog que con tanto cariño he empezado) pensarán que soy un padre desalmado y que no tengo perdón de Dios. Y tan sólo por el hecho de que Rodrigo, con 5 meses y medio, ya ha empezado la guardería (para ser exactos la empezó hace un mes, aunque en cortas sesiones de adaptación, no para él, sino para su madre).
La decisión estaba tomada, no ya de antes de que naciese el lechón, sino posiblemente de antes incluso de que fuese concebido. La razón es muy sencilla: tanto su madre como yo somos trabajadores (por suerte, en los tiempos que corren) y aunque sus abuelos paternos viven en nuestra misma ciudad e insistieron en que ellos podrían hacerse cargo del recién nacido hasta que cumpliese un año, nuestra decisión fue que los abuelos deben ejercer de lo que son: abuelos.
Así pues, pese a realizar la solicitud para la red de guardería públicas de Gijón, algunos meses antes de la esperada llegada de Rodrigo nos pusimos manos a la obra en busca de una guardería privada que nos encajase. Mentiría si dijese que buscamos muchísimo, pues nos centramos en las de nuestro barrio y alrededores. En todas ellas te realizan una visita guiada indicándote los pormenores del día a día y toda la gama de medidas de seguridad infantil con las que cuentan. De todas ellas, nos decidimos, curiosamente, por la más cercana a nuestra casa, basándonos principalmente en los factores de higiene, instalaciones, cocina y, un factor bastante más subjetivo, la impresión que nos causó el personal.
La cuestión es que, sin esperárnoslo, cuando el bebé ya contaba con 3 meses, nos llegó el aviso de que Rodrigo había sido seleccionado para una guardería pública (municipal) bastante cerca de casa, así que pasamos a hacer la visita de rigor, de la cual nos llevamos una fantástica impresión: las instalaciones, pese a ser algo más antiguas que las de la pública, eran estupendas. Además contaba con un patio exterior, algo poco habitual en las guardería públicas que suelen estar instaladas en bajos comerciales. En cuanto al personal, cabe destacar que, al menos en esta escuela infantil, es fijo y, en el caso concreto de las educadoras están con los niños los 3 años de guardería, pasando de curso con ellos.
Así pues, dejo a Rodrigo cada mañana de los días de diario entre las 9 y las 9:30 de la mañana en la Escuela Infantil Pegoyinos (un pegoyo es cada una de las patas de un hórreo), en la clase de los caracoles y doy fe de que se queda encantado de la vida, principal motivo por el que tanto su madre como yo estamos muy seguros de haber tomado una buena decisión.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

La gestión de las visitas

Si algo me había quedado claro del curso de preparación al parto era que las madres, suegras y viceversa deberían centrar su ayuda post-parto a las labores domésticas y dejar los cuidados del recién llegado a los padres y que era de vital (y no exagero) importancia hacer una buena gestión de las visitas durante las primeras semanas.
Puesto que a este blog pueden acceder tanto mi madre como mi suegra, al menos de momento, voy a obviar cómo aconteció el primer punto y me centraré en la coordinación del segundo punto.
Ahora, una vez pasada lo vorágine del momento, creo que las potenciales visitas se pueden dividir en dos grandes grupos: por un lado están las personas que sienten la necesidad o el deseo de conocer al recién nacido (caso A) y por otro, aquellas que sin tener tanta ilusión, se ven en la obligación protocolaria de hacerlo (caso B). Sea cual sea el origen de la visita, se puede hacer otra división según el grado de impaciencia, pues hay gente que espera (porque ya ha pasado por ello) o pregunta por el mejor momento (tipo 1) y están los que, sin más, se presentan (tipo 2).
Centrándonos en la presentación en sociedad de Rodrigo, debo decir que el hecho de no haber sido bautizado (al menos de momento, pues siempre tendrá tiempo de pedirlo si le apetece) nos quitó una buena ocasión para presentarlo, de modo que tanto los casos A y B en sus versiones 1 y 2 pasaron por casa o por el hospital para conocer al nuevo miembro (hoy por hoy el eje) de la familia (si bien es cierto que los individuos tipo 2 hubiesen obviado la presentación oficial y se habrían presentado igualmente).
Para no extenderme más de lo estrictamente necesario diré que por mucho que lo intenté, aun a riesgo de resultar grosero en algún caso (especialmente con los parientes y amigos de la rama P(apá)), en multitud de ocasiones la visita se produjo en un mal momento, pues o bien la madre no estaba en su mejor momento o el lechón tenía uno de esos malos ratos que tan fácilmente contagia a sus progenitores. Eso por no hablar de los casos en que una visita del caso A y tipo 1 que lleva pacientemente esperando su turno se presenta en casa y a los 5 minutos aparece un grupo anárquico del caso B y tipo 2 que saturan la vivienda y hacen que la visita tan bien organizada tenga que marcharse antes de tiempo.
Debo reconocer que, aunque me considero un individuo caso A auténtico (nunca he sido amigo de los actos de sociedad forzados) hasta que conocí a Rodrigo y sus consecuencias mis visitas eran de tipo 2, pero estoy seguro de que la experiencia me ha hecho convertirme al tipo 1 por empatía.
Por otro lado, si estás leyendo este post porque acabas de ser papá o estás a punto de serlo te diré que (primero enhorabuena, y bienvenido al club) y, segundo, que no te esfuerces demasiado por controlar lo incontrolable (es un esfuerzo estéril) y que antes de que te des cuenta, tu hijo será para las personas del caso A tan indiferente como imprescindible para los del caso B.

domingo, 13 de diciembre de 2009

El parto

Como no podía ser de otra manera, esta memoria debe empezar por el principio. He querido obviar los momentos (semanas y meses) previos al parto por estar convencido de que el punto de vista de la paternidad me ha cambiado completamente desde el mismo instante en que le vi la cara a Rodrigo (tengo la certeza de que mientras las mujeres van convirtiéndose en madres progresivamente durante el embarazo, los hombres no somos padres hasta que no tenemos a nuestro primer hijo entre nuestros brazos).
Pero centrémonos en el parto:
La madre de Rodrigo es una mujer de armas tomar (ya os iréis dando cuenta con el devenir de la historia), y puesto que Rodrigo prometía ser un gran personaje, se empecinó en que debía parirle lo antes posible una vez cumplidas las 39 semanas. Así pues, puso en práctica todas (y cuando digo todas, son todas) las técnicas conocidas para "provocar el parto" (citaré sólo la que corresponde a las largas caminatas y la subida y bajada de escaleras, por poner un ejemplo).
Así que, el día 28 de julio del presente año, en torno a las 4 de la tarde, Miriam rompió aguas en casa y, con toda la calma del mundo nos duchamos, cogimos la bolsa ya preparada con antelación y nos dirigimos al hospital de Cabueñes (Gijón).
Tras hacer los trámites pertinentes para el ingreso, procedieron a asignarnos una habitación y trasladaron a Miriam a una sala de dilatación. Como lo tenía bastante claro, y pese a que llevaba dilatada casi una semana, pidió la epidural en cuanto pudo, pues de otra manera quizá el parto se hubiese precipitado y ya no hubiese tenido ocasión de ponérsela.
Calculo que yo estaría en torno a una hora y media o dos horas hasta que me hicieron pasar con ella, pero he de reconocer que fue la primera vez que me planteé que pudiese haber problemas durante el parto.
Una vez dentro de la sala de dilatación (una por parturienta), todo fue estupendamente, pues la epidural evitó que Miriam tuviese ningún tipo de molestia. Los inconvenientes (mínimos por otro lado) vinieron después, pues tan bien se encontraba ella que pasaron a la sala de partos muchas mujeres que habían entrado después, pero que se quejaban muchísimo más. Por otro lado, tanto mitigó la anestesia las molestias, que a la hora de empujar no había forma de sincronizarse con las contracciones (que ni se sentían, por lo visto) de modo que tuvieron que anular los efectos de la anestesia.

Una vez de parto, todo fue maravilloso: Rodrigo asomaba poco a poco, y pese a la poca sangre que se veía y a las aparentemente bruscas maniobras de las enfermeras, el niño nació, finalmente a las 00:45 del 29 de julio de 2009. Estaba hinchado y arrugado, e incluso tenía un pequeño bulto en la cabeza (que desapareció a las pocas horas) pero a mí me pareció que era perfecto (no en el sentido de la hermosura, pues eso no te lo planteas al principio, sino porque tenía de todo). Había que verme, con la de pelos que tengo en los... en el pecho, y llorando como una Magdalena. No nos separaron del niño ni un instante hasta pasada una hora, que le llevaron a pesar (3,850 Kg.) y medir (51 cm.). Tal es el caso, que incluso me permitieron cortar el cordón y poner la pinza (de la que os hablaré en próximas entradas, pues trajo cola).
Estoy tremendamente agradecido al personal sanitario que atendió a mi familia (cómo suena, ¿eh?) y recomiendo a todos los futuros papás que pasen por aquí que acudan a la sala de partos.
En fin, este fue el final de un ciclo precioso pero un tanto extraño para mí, que es el embarazo y el principio de otro en el que estoy tremendamente implicado que es la aparición de una nueva persona en mi vida que depende en gran medida de mi.